jueves, 19 de febrero de 2009

Nada [Autobiografía]
por Karen Merklina


Acababa de bajar del camión. Iba hacia la escuela como siempre. Caminaba sin escuchar los molestos ruidos del exterior, llevaba en los oídos los audífonos de su reproductor mp3, morado y pequeño, algo sencillo. Veía al mundo pasar al ritmo del melancólico Romance Oublieé de Liszt. Gustaba de música triste y melancólica. Como siempre, caminaba con el rostro sombrío a causa de adentrarse demasiado en sus pensamientos y en la música que escuchaba.

Cruzó la calle como siempre, sin mirar. Un camión se acercaba velozmente hacia ella. Abrió grandes los ojos, estaba asustada. Y como pasa o más bien, dicen que pasa, ella vio su vida pasar ante sus ojos en un segundo.

Desde niña siempre estaba como ausente, muy adentrada en sus pensamientos. Podía pasar muchas horas recostada en su cama, sin dormirse, pensando en quien sabe qué cosas. Pensaba mucho y hablaba poco. En la escuela no tenía amigos, les molestaba que no hablara. Siempre andaba sola, pensando. No tenía con quien hablar de lo que pensaba, y cuando lo hacía, la veían raro; les aburría lo que ella quería decir. A la gente le gusta hablar de cosas banales, a ella no. Sólo hablaba cuando la obligaban o tenía algo importante que decir. La plática ociosa no era de su agrado.

Le gustaba observar, pensar y razonar sobre lo que la rodeaba y después al intentar hablar de ello con alguien, no encontraba a nadie a quien le interesara.

Al no encontrar a nadie que quisiera escucharla, descubrió la música y se perdió en ella. Siempre escuchaba música, escuchaba el radio, pues era lo único que conocía. Lo escuchaba de día y de noche hasta dormirse. Su familia se molestaba de estar escuchando música todo el día. Le compraron un walkman, se compró cassets y se la pasaba todo el día con sus audífonos. Luego fueron discman y después ipod. Toda su vida se la había pasado escuchando música. No le interesaba conocer a las personas, le parecían aburridas, tontas y en algunos casos le causaban temor. Le tenía miedo a las personas, prefería evitarlas con un par de audífonos.

Más tarde, cuando ya era una adolescente, intentó de nuevo hablar con las personas, pero seguían siendo las mismas que cuando era niña, con sus pláticas banales y sin sentido. Se volvió a colocar sus audífonos y ya no volvió a intentarlo.

Años más tarde, descubrió que ya existían personas con quien hablar y, por primera vez, se quitó los audífonos y los guardó. Platicaba de todo, música, literatura, cine, arte, ciencia. Pero la literatura hizo un eco en ella. Descubrió que con la literatura podía decir todo lo que nunca pudo, que con la literatura todos sabrían lo que piensa y siente, al fin podría crear un vínculo con las personas que antes la habían rechazado.

Ahora era escritora, todo lo que pensaba lo escribía, ahora todos podían saber qué era lo que pensaba, todas esas maravillosas cosas que la hacían pasar horas y horas mirando hacia el techo de su habitación. De repente había poemas, novelas, cuentos y demás, que hablaban de muerte, sexo, dolor, tristeza, odio, venganza, amor... Pero, a la gente no le gustaba leer lo que ella escribía. No entendía por qué, si todo eso era parte de nosotros, parte de nuestro sentir y actuar. La gente una vez más la rechazaba. “¿Entonces qué quieren? ¿Qué les interesa”. Nada. Eso es lo que les interesa, nada. “¿Nada?”. Así es.

Ella estaba convencida de que si “nada” era lo que les interesaba, entonces “nada” debería interesarle.

Así, se volvió como ellos. Nada le importaba, regresó a colocarse sus audífonos. Se apartaba, se alejaba con la música otra vez.

Toda su vida intentó acercarse a las personas, pero no las entendía, las mismas personas se apartaban de ella y de todos. Tal vez así funcionaba, nadie se metía con nadie y así eran felices. A ella le costaba ser así, porque aunque la gente la rechazaba, ella llegó a un momento en el que quiso conocerlos, saber lo que pensaban, lo que sentían, lo que les pasaba. Alguna vez pensó que si ella se habría primero, ellos podrían abrirse también, pero tampoco funcionó. Ellos no se metían contigo para que tú no te metieras con ellos.

A ella que le encantaba observar para comprender. No pudo comprenderlos nunca y ahora que iba a morir, moriría sin saberlo nunca, moriría sin amigos, con un montón de escritos que nadie quiso leer, y con sus audífonos.

De repente, despertó del trance. No veía pasar su vida frente a sus ojos, sino que pensaba, pensaba demasiado como siempre.

El camión se detuvo centímetros antes de tocarla, y junto con las notas melancólicas de Franz, veía, como en cámara lenta, por la música. El chofer se bajó a gritarle quién sabe qué cosas que ella no comprendía porque sólo escuchaba a Liszt. Terminó la romanza, su ipod eligió otra canción dentro de su repertorio melancólico y siguió su camino como siempre.



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2 comentarios:

Viktor dijo...

Me gustó mucho la forma en la que construiste este cuento. Aunque se trata de un narrador en tercera persona, logras causar ese efecto de que el tiempo transcurre lentamente. Lograste maravillosamente transportarme del momento que vive la protagonista a los pensamientos de la protagonista.

Y sobre lo que hablas en el cuento, pues qué te puedo decir? Vivimos rodeados de tontos y solo unos cuantos estamos a un nivel mucho mas elevado que todos ellos. Sigue creando tan maravillosa literatura!

Anónimo dijo...

guau que chido escrito, me gusto mucho,
de cierta forma me identifico con el jeje
me gusto la manera en la que esta escrito,
y expresa tanto sentimiento
me gusto mucho, felicidades muy buen escrito
gracias por compartirlo