jueves, 16 de agosto de 2007

El castillo blanco
por Karen Merklina

En un pueblo lejano vivía una pequeña niña en un castillo blanco, que era habitado por muchas personas, además de esta pequeña niña. A pesar de eso, ella contaba con su propia habitación; era un algo chica, y muy parecida a las demás, con paredes blancas y acolchonadas y sólo tenía una ventanita que estaba en la puerta, también acojinada.

Minerva, nuestra pequeña niñita, disfrutaba pasar todo el día jugando con su mejor amiga, Serena. Ella era una niña más o menos de su misma edad, pero no hablaba, ella sólo miraba a Minerva cuando decía algo.


–¿No quieres más té, Serena? –le preguntaba en uno de sus tantos juegos, pero ella sólo la veía y con un movimiento de cabeza le decía que sí.

Mientras las niñas jugaban, entraba un hombre que les decía:

–Minerva, es hora de tu medicina.

–No quiero, yo no estoy enferma. Además, estoy tomando el té con Serena.

–Sí claro –dijo con tono burlón–, de todos modos tienes que tomártelas, ¡niñita! –gritó exasperándose–. Ya me tienes harto con tus tonterías, te tomas tu medicina, si no quieres que te las meta a la fuerza.

Minerva lo miraba muy enojada y con lágrimas en los ojos, mientras que Serena sólo se limitaba a ver. Entonces, el hombre, al ver que no quería tomarse sus medicinas, se las metió en la boca a la fuerza y sin más remedio, Minerva se las tuvo que tragar. Lo único que pudo hacer es llorar de coraje mientras el hombre salía del cuarto.

–Algún día nos vengaremos, algún día...

Pasaron unas cuantas horas en silencio, hasta que otro hombre abrió la puerta.

–Es hora de salir a jugar.

La hora de jugar, era la parte favorita del día, podía salir de su cuarto a divertirse y ver a los demás niños. Sin embargo, Minerva no era muy popular entre los ellos, la rechazaban porque siempre hablaba sola como una loca. Entonces sólo se sentaba junto a los juguetes para jugar con Serena.

–¡Hey, niña loca! ¿Por qué no juegas con mi piedra, eh? –dijo un niño, de los tantos que la molestaban y le aventó la piedra a la cara, provocándole una herida en la frente que la hizo llorar.

–¡Hey, niño, déjala en paz!

–¡Es su culpa por ser tan rara! ¡Es una loca!

–¡Ja, ja, ja, ja! Cálmate niño, aquí todos son unos locos.

Y sí, aquí todos eran unos locos, puesto que el castillo blanco, era un manicomio infantil. En el que no eran muy bien tratados, ya que los enfermeros eran muy agresivos con los niños y no sólo les gritaban, sino que los golpeaban con tal de mantenerlos controlados.

–¡Ya lárguense todos a sus habitaciones! –gritó el enfermero.

A Minerva no le hicieron caso, el enfermero ignoró la herida que tenía y simplemente la aventó a su cuarto y le dijo que ya dejara de llorar o la golpearía.

–Ya me harté de ese estúpido de Víctor, siempre me está molestando –decía sollozando.

–¿Y por qué no lo matas?

–¿Qué? Hablaste... –dijo muy sorprendida, ella jamás había oído que Serena hablara– Si, no sería mala idea. Además se lo merece y hay que castigar a los niños que se portan mal.

–¡Sal! Es hora de comer –gritó un enfermero.

–Sí, ya voy –respondió muy sonriente, pero con una sonrisa algo fingida e irónica.

–¿Pero qué te pasa, escuintla?

Sin embargo, Minerva no lo escuchó, porque salió corriendo hacia el comedor. Iba muy apresurada, pues era hora de castigar a un niño malo. Procuró sentarse cerca de Víctor, para no perderlo de vista y vigilarlo a todo momento.

–¿Qué te pasa? ¡Aléjate de mí, niña loca! –dijo Víctor al ver que Minerva se sentaba junto a él.

–¡Cállate! –gritó un enfermero.

–Ves, por tu culpa me regañaron.

–Serena y yo queríamos estar junto a ti.

–¿Cuál Serena? Si estas tú sola. Eres una loca.

–¿Cómo que cuál? La que está a mi lado, ciego.

–¡Ya cállense! –gritó otra vez el enfermero, alzando la mano, amenazándolos de golpearlos.

Entonces, tras la advertencia, comieron tranquilos sin pronunciar palabra. De momento, Minerva veía a Víctor de reojo y luego bajaba la vista hacia una piedra que tenía guardada en una bolsa de su vestido. Terminó la comida y Víctor se preparaba para levantarse e irse, pero Minerva le sujetó el brazo.

–Suéltame loca.

–No. Vamos a jugar.

Víctor accedió, pues tenía miedo de que algún enfermero pudiera golpearlo si armaba un escándalo. Después de la comida, siempre los dejaban jugar, así que Minerva lo sacó al jardín, pero a un lugar alejado y casi oculto en que los demás niños no iban.

–¿A dónde me llevas?

–Tranquilo, sólo quería...

Y entonces, Minerva lo besó, él aceptó el beso sin que ella hiciera tanto esfuerzo. Víctor tenía 11 años y Minerva 12, una edad en la que los niños comienzan a experimentar cosas no tan infantiles. En ese momento, Minerva metió la mano en la bolsita de su vestido, en la que tenía la piedra, la sacó y con un fuerte golpe, le dio en la cabeza. Lo dejó tirado, un poco atontado; no muerto, pero se desangraba y dentro de poco lo estaría.

Minerva lo miraba con una gran sonrisa, mientras que Serena reía a carcajadas, incluso se podría decir que hasta Víctor la escuchó, pues en su último respiro volteó la cabeza, hacia donde estaba Serena y la miró con gran terror, dándose cuenta que Serena, realmente existía. Y luego murió con los ojos abiertos y con esa expresión terrorífica en su rostro.

Nuestra pequeña niña salió de ahí y corrió muy feliz, hacia donde estaban los demás niños, como si nada. Más tarde, pasó al baño a lavarse sus lindas manitas, que se habían manchado de sangre y regresó a su cuarto.

Los enfermeros no habían advertido la ausencia de Víctor, hasta que fue la revisión de los cuartos, después de jugar. Y fue cuando lo encontraron muerto y con esa espantosa expresión. Inmediatamente, los enfermeros se deshicieron del cuerpo y en este hospital no se mencionó nada más.

Llegaba la noche, lo más horrible del día, pues las niñas del manicomio, sufrían por el amor que les daban los enfermeros, incluyendo a Minerva, por supuesto.

En el caso de nuestra niña, ese enfermero era aquel que la golpeó por no querer tomarse su medicamento.

–Hola Minerva, estoy aquí otra vez. Y espero que no te pongas rejega.

Minerva sólo lo veía con miedo y se sumía en una esquina de su habitación queriendo salir de ahí. Pero no podía escapar, entonces, el enfermero le desabrochó su vestidito. En eso, Serena lo miraba con odio, con mucho odio.

–Mátalo... Minerva, mátalo. ¡Mátalo como ellos me mataron a mí!

–¿Pero cómo? –dijo Minerva con una voz tan débil que ni el enfermero la escuchó, aunque se encontraba muy cerca de ella.

Minerva pensaba, mientras el enfermero seguía con su sucio trabajo.

A Serena la habían matado los enfermeros, hacía poco tiempo. Ella había intentado escapar de este manicomio, pero no lo logró, los enfermeros la atraparon y después de violarla varias veces, la mataron a golpes y sin piedad, a pesar de sus 8 años de edad. Serena estaba llena de furia y quería cobrar venganza.

Serena sólo miraba a Minerva, esperando a que hiciera algo, las dos se miraban, mientras el enfermero besaba su cuello, entonces ella, recordando una vieja película de vampiros que había visto alguna vez, se volteó hacia el cuello de él y lo mordió. El enfermero gritó, y la empujó; lo mordió tan fuerte que le arrancó un pedazo.

–¡Niña estúpida! –gritó y le dio una cachetada a Minerva, tan fuerte que la tiró al suelo, pero ella se levantó rápidamente y lo volvió a morder, ahora en un brazo. La sangre brotaba por su boca, el enfermero gritaba y no podía arrancársela. Era como una bestia que estaba loca por comer después de mucho tiempo.

Luego, aprovechándose de que el enfermero se agachó, le mordió el cuello de nuevo. Agarró un trozo de su pellejo y se lo arrancó. Esto provocó que empezara a brotar mucha sangre de su cuello. El enfermero empezó a ahogarse con su sangre, no podía respirar. Y fue cuando vio a Serena.

–Eso te pasa por portarte mal –le dijo Serena al enfermero con todo burlón.

El enfermero abrió la boca como queriendo gritar, pero no pudo, porque la sangre inundaba su garganta y con una expresión de terror, murió.

Serena y Minerva salieron del cuarto y fueron hacia la cocina. Minerva tomó un cuchillo y fue hacia donde se encontraban los demás enfermeros, y mientras ellos dormían, nuestra dulce niña los mató. Tomó las llaves de los demás cuartos, las abrió y les dejó el paso libre a los demás niños, que aún dormían, para que ellos también pudieran escapar.

Minerva salió de ahí, después de tres años de largo sufrimiento y de soportar las asquerosidades de los enfermeros. Al fin era libre, al fin eran libres.

De esta pequeña niña y su amiga, nada se supo. Sólo dejaba sus rastros en los noticieros:

–Ayer, apareció otra víctima del asesino “castigador”. No se sabe quien es, sólo que deja un mensaje junto a todas sus víctimas que dice: “Sólo castigué a un niño malo”. Y al parecer, todas las víctimas tienen una horrible expresión en su rostro, como si hubieran visto al demonio. En otras noticias, el hospital mental infantil, sufrió una terrible tragedia hace unos meses, en este incidente, asesinaron a todos los enfermeros y dejaron las puertas de los enfermos con intenciones de que escaparan, pero antes de esto pudo llegar la policía. Al parecer, sólo faltaban dos niños, Víctor y Minerva. De estos pequeñitos, el niño Víctor, fue encontrado muerto y enterrado en el jardín del hospital y de la niña Minerva no se sabe nada, se sospecha que fue raptada por el causante de los asesinatos. Ya se está investigando el paradero de esta pequeñita y también al hospital, pues parece que había maltrato a los infantes...

–Creo que los niños malos ya fueron castigados en este lugar, es hora de ir a visitar otro sitio, ¿no crees, Serena?

Y así, Minerva y Serena recorrieron ciudades castigando el mal, y fueron felices por siempre, esperanzadas en poder tener un mundo, sin niños malos.

FIN.


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Este es mi primer cuento, lo escribi hace algunos meses, espero les guste.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

felicidades muy buen cuento me gusto mucho, es.... no se como explicarlo, me fascino.
la historia de esta pequeña niña enferma maltratado por los enfermeros, me parecio genial, el tema de la venganza por la crueldad me gusto mucho.


la muerte de Erhoz